La disyuntiva de la reapertura de escuelas, un texto de Leopoldo Mendívil
El cierre de escuelas en todo el mundo en respuesta a la pandemia de COVID-19 representa un riesgo sin precedentes para la educación, la protección y el bienestar de los niños
Tan preocupados hemos estado por los fallecimientos diarios de COVID y la crisis económica, que poco hablamos del impacto del confinamiento en los niños. Según la encuesta mundial de Save the Children, 25 por ciento de los menores presentan ansiedad; otros de plano sufren depresión y un número indeterminado tendrá trastornos psicológicos permanentes.
Las cifras no deberían sorprendernos, cuando hemos privado a los niños de sus vínculos afectivos, estímulos gratificantes y actividad física. Agreguemos el incremento de la violencia intrafamiliar y la dificultad para aprender a través de un televisor o una pantalla y tendremos a una generación frita.
La idea de devolver a nuestros niños a una realidad menos hostil debiera alegrarnos; no obstante, con sentimientos encontrados me entero del regreso a clases presenciales en Campeche. Dado que esa entidad se encuentra en semáforo verde, sus docentes han sido vacunados y su concentración poblacional es baja, suena bien como prueba piloto.
Veamos el lado amable:
Según la Organización Mundial de la Salud, “los menores de 18 años de edad representan 8.5% de los casos notificados de Covid-19 y con enfermedad leve, (además) de un número relativamente bajo de muertes” en comparación con los mayores. A partir de éste y otros datos científicos, la OMS da un protocolo para reabrir planteles, el cual prácticamente ha copiado el gobierno mexicano. Bien hasta ahí.
El primer punto del protocolo es garantizar la oferta de agua y jabón en las escuelas; el problema es que 28.9 por ciento de los planteles públicos no están conectados a una red de agua potable y 33.3 por ciento no tienen lavabos, según el diagnóstico del Programa Sectorial de Educación 2020-2024. Lo peor del caso es que la meta sectorial es reducir en ocho puntos cada carencia para fin del sexenio. Quedarían muchas escuelas pendientes.
Ya sé que los neoliberales así dejaron el país. Como sea, bueno sería que usted informara si pueden redoblar esfuerzos y si hay recursos para hacerlo o si se fueron al Tren Maya, Dos Bocas, etc.
Supongo que para mantener la sana distancia en los salones, la SEP ordena que la asistencia de los alumnos sea alternada. Ojalá que tal alternancia efectivamente permita a los padres regresar al trabajo, sobre todo a las mujeres.
El protocolo incluye una serie de medidas para las cuales el personal docente requiere apoyo, tales como termómetros, dispositivos para desinfección de mochilas y útiles, así como gel antibacterial. ¿Quién los va a comprar y/o proporcionar?
El siguiente punto es el uso obligatorio de cubrebocas. Coincido en que es indispensable, pese a lo que diga y haga AMLO. La duda está en la capacidad económica de las familias para comprarlos; mire usted: el más barato que encontré cuesta $3.80 y es de un solo uso, preferentemente, totalizando 20 pesos semanales por niño. Y si tiene tres niños, pues haga cuentas teniendo un salario mínimo de ingreso. Los cubrebocas lavables cuestan 29 pesos, pero resulta difícil determinar cuándo ha dejado de ser útil, lo cual es riesgoso.
Finalmente está el transporte público, al que las autoridades sanitarias y de comunicaciones deben poner mucha atención. El incremento de afluencia sin las medidas necesarias echaría abajo todos los cuidados en las escuelas.
Así que mida seriamente el impacto de la reapertura y decida en consecuencia. No trate de complacer al presidente. Si tiene que dar pasos atrás, comprenderemos. Más vale un niño con ansiedad que un niño intubado.